En primer lugar, es necesario comprender que el estrés en sí mismo no es una patología, es decir, no es necesariamente malo. Al contrario. Una pequeña dosis de estrés -entendida como la respuesta a un conjunto de factores amenazantes o que requieren de una mayor reunión de recursos y atención por nuestra parte- puede ser una elemento estimulante en nuestra vida que contribuya a hacerla más emocionante y gratificante.

Eustrés

Es precisamente ese conjunto de fenómenos al que nos referíamos y que a menudo tienen una perspectiva divertida, emocionante e incluso saludable. El eustrés tiene lugar cuando llevamos a cabo alguna actividad física deportiva que conlleva cierto riesgo –como el esquí, el paracaidismo, etc.- o que implica dificultad debido a la falta de costumbre –un ligero miedo escénico es una manifestación del eustrés-. Este tipo de estrés se manifiesta con la aceleración del ritmo del corazón, pupilas dilatadas o sudoración y es especialmente beneficioso para nuestra salud, pues contribuye a mejorar nuestra capacidad de atención y resistencia y mejora la funcionalidad de nuestro corazón y nuestros músculos.

Distrés

Cuando la mayor parte de la gente menciona que sufre estrés, se está refiriendo al distrés o un conjunto de factores que constituyen una agresión física o mental a nuestro organismo y que puede afectarnos negativamente, y de forma especialmente notable, cuando se prolonga en el tiempo. Este fenómeno puede manifestarse de varias maneras:

Estrés agudo

Es fácilmente reconocible porque se debe a fenómenos aislados e infrecuentes que generan un gran impacto físico o emocional en nuestra vida a muy corto plazo. Un accidente casero o de tráfico, una mala nota académica, una multa de aparcamiento, etc. son ejemplos de causas de estrés agudo, el cual no debe preocuparnos en exceso.

Sus síntomas más habituales son:

  • Sobreexcitación temporal que, en los peores casos, puede acarrear migrañas, sudoración excesiva, palpitaciones…
  • Problemas estomacales, incluyendo acidez y cierto grado de diarrea o estreñimiento según los casos.
  • Alteración emocional transitoria que suele presentar un cuadro de ansiedad, irritabilidad e incluso depresión.

Estrés agudo episódico

Se parece al anterior en la medida en que las causas son fácilmente reconocibles por quien lo sufre. No obstante, se caracteriza porque dichas causas o factores aparecen con mucha frecuencia en la vida de quien lo padece, contribuyendo así a empeorar su calidad de vida y poniendo en peligro su salud y bienestar emocional. El tipo de sujetos que lo sufren tienden a acostumbrarse a la situación y suelen, además, caracterizarse por la excesiva asunción de responsabilidades y la dificultad para gestionar las tareas auto impuestas o de origen externo. Los síntomas son muy variados según los individuos; están así los casos en los que la persona:

  • Se siente abandonada y en completa soledad.
  • Se agota físicamente con facilidad.
  • Está en permanente preocupación.
  • Tiene un ritmo de vida hiper-acelerado.

Este tipo de estrés se manifiesta en una clara pérdida de rendimiento y productividad que, a menudo, pasa desapercibida debido a que se repite con mucha frecuencia. Requiere tomar medidas pues, de lo contrario, puede derivar en estrés crónico.

Estrés crónico

Se trata del fenómeno más grave ya que tiene su raíz en factores y contextos arraigados en la vida del individuo. Éstos se han instalado en su día a día convirtiéndose en aspectos percibidos como “normales” y que, por tanto, no merecen atención. Familias desetructuradas, matrimonios infelices o la pobreza extrema son ejemplos de ello. Los síntomas son especialmente peligrosos pues este tipo de estrés, al que no se suele poner remedio, deriva en problemas coronarios, cáncer, episodios de violencia e impulsos suicidas.

Conviene así prestar mucha atención al estrés en nuestra vida tanto si es bueno como si es malo. ¿Has identificado ya algún tipo de estrés en tu día a día?

Imagen: Mike Hoff